domingo, 7 de junio de 2015

Casa Campestre

El plan de entrar a explorar Casa Campestre surgió un sábado durante la prepa, en una fiesta en casa del Baquier, con varios amigos. Estábamos pisteando y comiendo pizza, pero el aburrimiento nos tumbaba duro, porque ya se barajeaban las posibilidades de ver una movie o de jugar a la botellita, ustedes saben, para que se diera todo eso de besos y parejas encerradas en el clóset y esas cosas. Pero luego vino Tere Castillo con su propuesta de No, chavos, mejor vamos a entrar a Casa Campestre, ándenles, no nos queda lejos, está aquí en corto, ¿qué dicen? ¿ahora sí? ¿Para qué quieres entrar a Casa Campestre?, le pregunté yo. Como para qué, Paty, respondió Tere Castillo con una sonrisa de oreja a oreja, ¿No sabes? No, respondí, ¿Qué hay en casa Campestre? ¡Como que qué!, exclamó ella, Pues el túnel, el túnel subterráneo que da a El Paso. ¿Y eso qué tiene?, pregunté. Todos se me quedaron viendo como si fuera la pendeja más grande del mundo.
Verán, yo nunca había escuchado hablar sobre Casa Campestre o el túnel, pero cuando comenzaron a explicarme me quedé en shock. En aquella casa había un túnel subterráneo por el cual se cruzaba droga hasta El Paso. Yo apenas lo podía creer. Verán, desde chica me ha intrigado escuchar hablar sobre el Negocio. Cada vez que había una noticia en el periódico relacionada al Negocio o la Mercancía, la leía. Salía en la tele un reportaje, lo veía. Alguien decía que fulanito o fulanito estaba metido en el Negocio, quería escuchar su historia. He sido una investigadora amateur del mundo del Negocio. Sinceramente, no sé por qué, quizá porque papá, que era policía, nunca hablaba sobre el tema, pero sí de otros como robos y asesinatos. Quizá porque el tema flota en el aire de la ciudad como el aire apestoso de las maquilas, pero al mismo tiempo nos elude y evita, como una sombra que se esconde entre la oscuridad. No sé, el punto es que el tema del Negocio era un tema que me intrigaba harto. Y ahora tenía la oportunidad de estar en contacto con algo del Negocio. Así que ¿qué decía? ¿Le entraba? Claro que sí, ¡arre!, exclamé en fuga, Vamos vamos, ¿qué esperan? ¡Arre!, pues, exclamé de inmediato. Fuga. Arre, dijeron todos al unísono, como si aquella propuesta fuera la inyección adecuada para rescatar el resto de la noche, y se levantaron en chinga. En un-dos-por-tres ya estábamos caminando rumbo a Casa Campestre. Según mis compas, el rumor no era nuevo, ya tenía rato flotando en el aire, pasándose de boca en boca. Esa época no era como la época de ahora, en la que historias relacionadas al Negocio no eran tan comunes, tan frecuentes (la guerra, sin que lo hubiéramos sabido, ya había empezado), pero ya despertaban cierta curiosidad, cierto morbo, como para atreverse a entrar a esa casa de noche. Yo ya había escuchado hablar sobre esa casa pero jamás había escuchado el rumor. De pronto recordé que, de vez en cuando, en bolita o así, alguien mencionaba Casa Campestre, y muchos se emocionaban y se apuntaban, decían que sí, que fuga, ahorita mismo, no, más tarde, de noche, todo es mejor de noche, incluidas las birrias y los fajes, pero neta, sí, que un día se arme, fuga, pero nunca supe de qué trataba, pensaba que era una casa donde hacían raves. Pero nunca se armaba nada, nadie nunca se atrevió. Muchos, según me contó Tere Castillo, han dicho que sí han entrado que hasta habían caminado un poco por el túnel, pero estos son los típicos mentirosos, hocicones, que decían cualquier cosa nomás para verse bien acá. Órale. Y ahora esa noche los batos se veían dispuestos, las morras estaban emocionadas y divertidas, y todos en general se sentían muy acá, muy bravers, con actitud de Simón, vamos a entrar, el mundo, la casa y el mentado túnel me la pelan, todos chinguen a su madre. Yo, por mi parte, no decía nada. Como siempre, estaba callada, pero esta vez yo no me dejaba arrastrar adonde quiera que me llevaran las sugerencias y propuestas locas de mis aún más locos amigos. Esta vez, yo sí le entraba al plan. Yo sí tenía ganas de entrar a Casa Campestre.
  En fin. Aquella noche de la prepa ya estábamos entrando a la privada de Casa Campestre. De pronto escuchamos que, a lo lejos, llantas endiabladas corriendo a madre, acercándose cada vez más hacia donde estábamos. Luego, escuchamos que entraban a la privada y como gatos saltamos a escondernos detrás de unos arbustos tupidos que a su vez estaban detrás de un carro. Silencio. Un par de camionetotas se estacionaron justo enfrente de la casa. Dos tipos elegantes y armados bajaron de la camioneta y se plantaron como estatuas colosales frente a ella. Custodiaban. Parecían aguardar a alguien. Esperamos, pacientemente, en silencio. Minutos más tarde, un hombre salía de la oscuridad. Llevaba sombrero y jeans y botas picudas. Se fajaba la camisa, se acomodaba el pantalón, parecía recién vestido. Dio la orden y al instante un hombre le abrió la puerta trasera de una de esas camionetotas. Enseguida, quemando llanta, arrancaron a toda velocidad y salieron de la privada y entraron a la avenida; el sonido de las llantas quemándose vibrando en el aire como un rugido de cañón. Por fin casa sola. Casi despegando mis pies del suelo, comencé a caminar paso a paso hasta la entrada. Volteé hacia atrás. Todos mis amigos, pálidos entre las sombras. No necesitaron decirme más; estaban bien culeados. ¿No van a entrar?, pregunté sólo para confirmar. Después de lo que vimos, dijo Leo, Claro que no, mejor ya vámonos. Todos comenzaron a caminar. Yo no. ¿Paty?, preguntó Mariana Galeano, ¿Qué onda? Yo entro, dije, decidida. Todos se sacaron de onda. ¡Cómo que te quedas!, dijo Tere Castillo, ¿De qué hablas? Luego, comenzaron todos a decirme que estaba, que no podía entrar, que mejor nos fuéramos a ver una movie. Inútil discutir con ellos, inútil tratar de hacerles entender que era ahora o nunca y que si ellos no querían entrar, entonces que me esperaran allá afuera. Sin escuchar más razones, entré a la oscuridad.
            A unos pasos más adelante, encontré la sala de la casa, grande, espaciosa. A su lado, un agujero, donde debía ir un ventanal, por donde entraba la luz de la luna. Las paredes del interior estaban sin pintar, color de concreto. La casa estaba limpia, no vi ni un pequeño papel tirado en el suelo. Me quedé quieta, escuché el silencio. El silencio parecía ahogado, como si en cualquier momento algo fuera a sonar, el viento, crujidos, pero nada sonaba. Por un momento creí escuchar ruidos y voces lejanas, como ecos, pero no sabía si era mi imaginación. Saqué mi celular y con su luz me dibujé un camino por el resto de la casa. Había muchísimos cuartos, vacíos, huecos, todos con entradas arqueadas. Todo un laberinto. Las paredes del interior de la casa parecían viejas, como si fueran de piedra, más que de concreto. Luego, encontré unas escaleras. En la pared a un lado de las escaleras, un interruptor de luz. Intenté prender un interruptor enseguida de las escaleras. No prendió. Con mi celular aún en mano, bajé las escaleras. 
            Las escaleras eran circulares y larguísimas o por lo menos así me parecieron. Bajaba pero no parecía llegar al final. Supe que ya había llegado al fondo cuando pude ver una luz blanquecina, seguramente la de la luna, que iluminaba el pasillo que a medida que bajaba se iba haciendo más claro. Pero justo al bajar por completo, voces. Voces de hombres. Bajaban había donde estaba yo.
            ¡A esconderse! ¡Rápido!. A la izquierda del comienzo del pasillo, pilas de cajas. Mercancía, supuse. Me escondí tras ellas. Las voces de hombres, cada vez más fuertes, más nítidas, hasta que casi las pude tocar enseguida de mí. A través de un resquicio que formaban unas cajas frente a mí, pude verlos. Eran parecidos a los hombres que había visto hacía apenas unos minutos. Uno de ellos, en friega, volteó hacia donde estaba yo y se acercó.
Ya me vio, pensé, Ya valí.
El hombre se paró frente a las cajas. Oye, le dijo este hombre al otro, Ven a ver esto.
Me quedé sin respirar. Me vio. Ya valí madre, pensé.¿Qué?, preguntó el otro hombre. La luna, contestó el primero, Está llenaNo seas mamón, dijo el segundo hombre, Vente, que ya vamos tarde.
Los hombres llegaron al otro final de pasillo, donde había una puerta de madera, enseguida de un ropero grande y viejo. Hablaban sobre su jefe, sobre mercancía y sobre cuerpos decapitados y cabezas dejadas en hieleras frente a casas y dientes arrancados con pinzas, entre risas y demás bromas obscenas. Luego, así de la nada, comenzaron a quitarse la ropa. Una por una. Por un momento pensé que iban a coger o algo por el estilo.
Pero no fue así.
Una vez desnudos, aquellos hombres guardaron su ropa en el guardarropa para luego quitarse la piel, hasta quedar por completo desnudos de piel. En eso, una nube oscura tapó el rayo de luz. Todo oscuro. No pude ver nada. Pero pude escuchar. Aquellos hombres, o lo que fueran, hablaban sobre lo mucho que odiaban tener que regresar (regresar ¿adónde?) y hacer fila y esperar turno de nuevo, pero así son las cosas por aquí, mano, qué se le hará, no podemos entrar todos de un jalón. El rayo blanco de la luna de nuevo regresó y cayó sobre aquellas dos figuras.
Eran todo, menos humanos, con sus rostros y cuerpos desfigurados y salpullidos por todo el cuerpo.
En ese momento, abrieron la puerta enseguida del ropero hasta que quedó descubierto por completo. Alcancé a ver un pasillo, del cual venía música, cuyo rumor me llegó arriba, en el primer piso. Aquellos dos entraron al  túnel, sin cerrar la puerta. Al cabo de un tiempo, salí de mi escondite y los seguí. Aquel pasillo parecía el interior de una caverna. En el fondo, una sombra de fuego. Bajé. A medida que bajaba, la música se hacía cada vez más fuerte. En un momento, el pasillo se ensanchaba y bajaba a un tipo de explanada. Enseguida, me escondí detrás de unas estalagmitas. Más abajo, se llevaba a cabo una fiesta. Todos los de la fiesta eran parecidos a los que había visto apenas hace unos momentos, comían y bebían harteramente, sin mesura, vomitaban para luego volver a comer y a beber y vomitar. En el fondo de aquel abismo, un grupo llovía con patadas y golpes y escupitajos y hasta cuchilladas a otro que en suelo gemía y lloraba como mujer, mientras que otros bailaban a su alrededor como poseídos, sin ritmo alguno, con la mano agitando sus sexos. Había varias tercias cogiendo, entre golpes y cintarazos y aullidos agudos de lobo. Otros se masturbaban a sí mismos o a dúo, hasta hacerse brotar líquidos de varios colores, todos fosforescentes, vociferando en varias lenguas, incluidas el inglés y el español, groserías y obscenidades con furia desatada. Había otros que arrancaban a la mitad a monstruos más pequeños, para lanzar al aire sus entrañas aún ensangrentadas.
Luego, del fondo de la tierra, en medio de un terrible temblor, surgió otro de ellos, enorme, cuatro o cinco veces más grande que los que estaban frente a mí, y enseguida comenzó a devorar y a pisar y a escupir a los otros, más pequeños, riendo y aullando como lobo, entre la risa de los demás y el llanto de los devorados y pisados y escupidos. Los agarraba con ambas manos y enseguida se frotaba el sexo de arriba hacia abajo con aquellas manos y aullaba, luego tomaba a otros y se frotaba y aullaba más y cuando pensé que ya no cabían más en sus manos, tomó otro puñado, ahora se frotaba más rápido que nunca, entre aullidos que harían que se derrumbara el techo sobre nosotros. Su eyaculación fue una lluvia ácida que quemaba a todos a su alrededor pero que reaccionaban entre gritos y risas, como si a pesar del dolor estuvieran festejando al otro. Luego, tiró al suelo todos los otros de sus manos y los tiró al suelo y, después de escupirles una última vez, los arrojó al suelo, los pisoteó y comenzó a bailar sobre ellos. Los sobrevivientes de las pisoteadas, al ponerse de pie, emulaban el trato recibido con otros de tamaño más pequeño que el suyo. En cuanto todos vieron a los dos bajar a los dos primeros, se abalanzaron sobre la única entrada que había, dejándose venir en tropel, entre maldiciones y rugidos, pero un par de guardias, más grandes y mamados, los empujaron hacia atrás. Apenas y podían sostenerlos. En español, los guardias pidieron a los dos que abrieron la puerta que entraran rápido, Apúrense, pendejos, qué no ven que estos güeyes nos van a ganar. Los primeros hicieron caso y llegaron en friega, no sin antes darles a un cadenero un par de papelitos cortos, que parecían boletas. Luego, los guardias hicieron espacio para que dos nuevos entraran, después de haber recibido ellos las boletas. Estaban eufóricos y ansiosos. Parecían perros encadenados que ahora se sabían libres de ataduras. En ese momento, el otro dio un pisotazo al suelo, con voz gutural pidió a todos que se tranquilizaran a la chingada y dijo que ya llegaría el día en que todos pudieran caminar libremente por la ciudad, pero que todavía no era el momento, la guerra apenas comenzaba. Todos los demás, al escuchar esto, comenzaron a aplaudir y a chiflar, repitiendo la exclamación ¡Bahol, Bahol! Enseguida, los dos con boletas subieron el camino y yo rápidamente regresé hacia la casa y me escondí de nuevo detrás de las cajas. Los nuevos llegaron, abrieron el ropero y tomaron las pieles humanas que colgaban de unos ganchos y acá atropelladamente se las pusieron en fa, entre risas y brincos y más obscenidades, todas en español. Mentaban mucho la palabra romper, hablaban sobre construcciones para luego romperlas. Subieron las escaleras y, segundos más tarde, el chillido que hacen los carros al arrancar rápido y quemar llanta. A lo lejos, sonidos de disparos. No supe qué más pasó; sólo recuerdo que, cuando salí, no había nadie a mi alrededor. Mis amigos ya se habían ido, seguramente a casa de Baquier.

            La siguiente vez que volví a ver a mis amigos, fue en la escuela, el lunes. En cuanto me abordaron lo primero que hicieron fue bombardearme con preguntas, qué había visto, te hemos estado marque y marque todos estos días, Paty, dinos, qué pasó. Yo no supe qué decirles, la verdad no sentía ganas. No por el hecho de que me hayan dejado sola, ni al principio ni al final, sino por otra cosa. Es que cómo explicarles, cómo comenzar a explicarles lo visto, lo escuchado, lo que implicaba, cuando la guerra ya había comenzado, llevaba mucho tiempo comenzada, sólo era cuestión de tiempo para que explotara, sin que nosotros supiéramos cómo pasó todo o de dónde vino todo el fuego que haría arder la ciudad.



lunes, 3 de febrero de 2014

La Batalla de Bandas: Por la escena musical juarense

Fiesta. Al escuchar el término Batalla de las Bandas, lo primero que podríamos asumir es que la fiesta es el propósito detrás de todo, el motor que impulsa un evento de esta naturaleza. Y desde luego la fiesta es un gran motor de una Batalla de Bandas. Finalmente, ¿a quién no le gusta la fiesta? Sin embargo, la fiesta no es el fin de esta Batalla de Bandas, inclusive es sólo un medio para lograr un fin. ¿En qué consiste el verdadero fin de este evento? Mejorar la escena musical juarense.

Por lo menos esto fue lo que nos explica Alejandro Pérez, músico local, promotor de la Batalla de las Bandas que desde el 25 de enero de 2014 comenzó y finalizará en marzo. Según Pérez, los músicos de Juárez “Estamos muy lejos y olvidados [de las disqueras]”, agrega. Lo cual es irónico, teniendo en cuenta que, a pesar de creencias sobre la escena musical juarense, en esta ciudad existe mucho talento musical. 

Esto no es solamente la opinión de Alejandro como productor del evento sino también como músico. A su gusto, existen muchas bandas que “pueden hacer ruido a nivel nacional”, no solamente refiriéndose a las que participan en La Batalla sino en general por la “particularidad de ser fronterizos”. Sin embargo, para que estas bandas hagan ruido a nivel nacional, como quiere y espera Pérez, debe existir una plataforma en la ciudad que los vio nacer: Para saber adónde se va, se tiene que saber de dónde se viene; y al parecer en la ciudad hace falta un espacio fijo para que la audiencia local y de afuera conozca lo producido en este momento en la ciudad. Además, esta Batalla de Bandas también ofrece un foro para bandas y músicos que aún se encuentran indecisos y a los cuales les hace falta un ligero empujón para convertirse en figuras musicales reconocidas. Pérez llama a esto “perderle el miedo a aventarse”. Tiene razón: Con una plataforma musical más establecida, las bandas emergentes ya pueden dar un paso al frente.

Desde luego, unido a este fin se encuentra la necesidad de unir las bandas de la ciudad. Pérez opina lo siguiente: “entre más manos, mejores trabajos”. Si se trata de mejorar la escena musical en la ciudad, el ‘yo’ no cuenta tanto como el ‘nosotros’. Para Pérez, la unión de distintas bandas “impulsará más [a] toda la música”. Lo cual es cierto: Inclusive si cada banda ve por sí misma, la unión de diversas agrupaciones en un solo evento atraerá público que probará de todo y elegirá la que más le guste, la que más le satisfaga. Además, cada eliminatoria se encuentra apadrinada por una banda local de trayectoria notable. Tal es el ejemplo de Día de Octubre, banda local con trayectoria de diez años que ha tocado junto con Julieta Venegas y Amigos Invisibles, El Tri y Kinky, Saúl Hernández y Molotov, Torreblanca y Bomba Estéreo. De esta manera, las bandas emergentes se pueden sentir cobijadas y apoyadas no por una banda de renombre, sino por una banda LOCAL de renombre, una agrupación hija de la misma ciudad, que comenzó igual que ellos, y que ahora apunta hacia las grandes ligas de la propuesta musical a nivel nacional. De esta manera y con estos músicos hermanos que se presentan a la vez como padrinos, cada eliminatoria es más que una fiesta en el Fred’s Bar; es la consolidación de la escena musical juarense hecha fiesta en el Fred’s Bar.

Los premios para los ganadores son los siguientes:

Primer lugar: 10 mil pesos, 20 %  en consumo total en Guitar Center El Paso y la apertura del concierto de SR BIKINI
Segundo Lugar: Grabación de 3 canciones en Rockstar Estudio y 10 % de descuento total en Guitar Center
Tercer lugar: Fiesta VIP rockstar en Fred’s bar

Nota: En vez de ofrecerles una descripción de la propuesta musical de las bandas, los invito a conocer la propuesta musical de las bandas cada fin de semana en Fred’s Bar. Mejor ir en persona a que nos cuenten.

miércoles, 15 de enero de 2014

¿De dónde eres?: Juárez, Las Muertas y el Trauma Social

#1.1 ¿De dónde crees? es el nombre del video. La temática: los juarenses. O más bien, la reacción de los juarenses que viven en el DF al hablárseles sobre la situación de Juárez. Es decir, la situación de violencia, sobre todo las muertas.

El video es gracioso y lo que plantea el video es cierto: A los que vienen de Juárez les molesta hasta la náusea que los que no vienen de Juárez les pregunten sobre las muertas, el narco, la violencia, o se hable de  la ciudad como si fuese Sodoma o Gomorra versión mexicana y norteña. Y, sin embargo, es algo que pasa. Cual sombra o fantasma, el estigma de Ciudad Juárez y todo lo que conlleva persigue a los que vienen de Juárez adonde quiera que vayamos, como a mí en la costa de Huatulco, en Oaxaca, en las pasadas vacaciones.

Quise ir a surfear y renté una tabla. En la orilla de la playa platicaba con un par de salvavidas,  más o menos de mi edad, sobre las olas y la marea. Se llamaban Édgar y Martín y eran buena onda. ¿De dónde eran? De ahí, de la costa. ¿Siempre habían vivido ahí? Sí, siempre. ¿De dónde venía yo? De Juárez.

Silencio.

Enseguida comenzaron a preguntarme sobre la violencia y el crimen y las mujeres y si había visto algo fuerte o feo o intenso o memorable, digno de contar.

Ya se estaban tardando, pensé.

Es obvio que hasta duele.
Para el que es de afuera, para el no-juarense, la situación de la ciudad es un tema intrigante cuando no espeluznante, sobre el cual se puede hablar con los juarenses fácil, a gusto, de manera tranquila, tomándose un café, compartiendo una comida, viendo la marea alta antes de irse a surfear. A los no-juarenses se les hace muy fácil sacar el tema a conversación y opinar y lamentarse por la decadencia innegable de una ciudad en llamas y que no tiene salvación, mientras que los juarenses los escuchan atentos, serios, con caras de palo, seguramente mentando madres por dentro.

Habría que ser justos. Hasta cierto punto la reacción de los no-juarenses es comprensible. El morbo que despierta Juárez no sólo en México sino en el mundo  es natural, porque los seres humanos somos así y siempre hemos sido así: morbosos por naturaleza. Además, Juárez es un tema dolorosamente reciente. ¿Cuántas historias y reportajes y artículos no se llegaron a producir diariamente sobre la ciudad? ¿Cuántas veces Ciudad Juárez no fue el centro de atención no sólo de México sino del mundo debido a todo lo que aquí sucede? Que no sorprenda el impacto que tiene las puras anécdotas de la ciudad que se dan a conocer en el resto del mundo.

Pero nada de esto no importa.

Para un juarense, no.

Si tú eres un no-juarense y te encuentras a un juarense y quieres tocar el tema de Juárez, sobre todo el de las muertas, mejor ni lo hagas: ni de chiste o jugando te lo van a aceptar. Yo quizá lo haría – pero por educación. A la mayoría de los juarenses no les gusta hablar de tal cosa.

¿Por qué?

El tema de las Muertas es tema delicado, que no se puede traer a conversación tan a la ligera. Es, quizá – me atrevo a compararlo – como si alguien fuese a hablarle a un veterano de la Guerra de Iraq sobre los horrores del campo de batalla, o como si yo fuera directamente a preguntarle a alguien que sufrió un abuso sexual sobre su experiencia: “oye, qué mala onda todo eso de la guerra y de los abusos sexuales, tanto dolor, tanta perversidad, no está suave, qué gacho”.

Pues no.

De igual manejara, los juarenses no aceptan que se maneje un tema tan tristemente doloroso como las Muertas con la juguetona frivolidad de una conversación de comida o de cena o de antro.

Sin embargo, entre juarenses las cosas cambian. Y es a los que vienen de Juárez que dirijo este artículo.

Las muertas de Juárez es un tema que se tiene que poner en la mesa. Es una realidad innegable, atroz, tétrica y dolorosa, y que sin embargo los mismos juarenses no queremos ver. Al parecer somos lo que una amiga hace poco me dijo al respecto: Una ciudad sin memoria. Una ciudad egoísta, indiferente a algo tan terrible que hasta ofende. Ahora, yo ignoro lo que los demás juarenses – y sobre todo las mujeres – piensan sobre las Muertas. Ignoro si los demás juarenses no recuerdan a las muertes porque no tienen memoria o porque no quieren tener memoria o porque tienen tanta memoria que ya no saben dónde ponerlas. Ignoro si la postura de la sociedad juarense respecto a las muertas es algo que se puede clasificar como buena o mala, como correcta o incorrecta, y que por ende se puede rectificar, corregir. Lo ignoro.

Hace poco leí un artículo académico sobre Pálido Caballo, Pálido Jinete, un libro de la escritora Katherine Anne Porter, publicado en 1939. Pálido Caballo, Pálido Jinete es un libro que trata sobre el brote de influenza en Estados Unidos en 1918. La novela comienza de la siguiente manera: Miranda tiene una pesadilla, en la cual se ve a sí misma en cabalgata alejándose del jinete, la muerte (en este caso en forma de influenza), quien hasta el momento ha matado al abuelo de Miranda, a su primo y un par de mascotas. En general, el libro trata sobre el romance entre Miranda, una reportera de Denver, y Adam Barclay, un joven soldado, quien muere a causa de la influenza. Pálido Caballo, Pálido Jinete es un libro basado en las experiencias personales de Katherine Anne Porter como sobreviviente del brote de influenza, que, según Davis, es muy importante, ya que antes de la amenaza de un nuevo brote en 2009, la pandemia de influenza de 1918 había desparecido de la memoria cultural. Esta pandemia fue, según Davis, la mayor catástrofe en cuestión de salud pública en la historia moderna – el más letal asesino en la época moderna. Según Davis, la pandemia de influenza de 1918 provocó más muertes que cualquier otra enfermedad, incluyendo  la tuberculosas, la viruela y la peste bubónica. Infectó a más del cuarenta por ciento de americanos y mató cerca de 670 mil personas. Y sin embargo todo este horror y muerte no se recuerdan en absoluto, casi como si nunca hubiesen sucedido. Sólo se recordaban las muertes de la Primera Guerra Mundial. Pálido Caballo, Pálido Jinete es una importante referencia sobre un episodio de la historia americana que nadie recuerda.

Algo así es el caso de Juárez con  las muertas.

¿Por qué?

En su artículo Davis propone la idea del trauma. Según Cathy Caruth (quien también es mencionada en el artículo de Davis) es una “herida en la mente” que  pasa demasiado rápido para ser completamente comprendida. Ahora, cuando un suceso masivo afecta a un gran sector de la población, como una guerra o una pandemia, la sociedad genera un trauma social. Según Davis, si un individuo experimenta un trauma, es más fácil tratar ese único trauma al hablar sobre él. A través de la conversación con gente con empatía, es más fácil llegar a lo que en griego se conoce como catarsis, un proceso de purificación de emociones, en el cual se liberan sentimientos negativos y perniciosos que se generan a causa de un trauma. Sin embargo, según Davis, cuando todo mundo sufre una experiencia traumática que necesite ser compartida y sanada, la liberación es mucha – tanta que no es viable.

¿Nuestro caso es quizá es parecido?

Que no quepa duda: Las Muertas están ahí, las cruces están ahí, las tumbas están ahí, los testimonios están ahí, las familias están ahí, y, como el cuervo del poema de Edgar Allan Poe, todo este dolor nunca se irá. Las Muertas desde sus tumbas claman por justicia, por sosiego. Pero quizá somos nosotros, los sobrevivientes, los vivos, la sociedad que aún respira y camina y piensa y siente, somos los que necesitamos la ayuda de manera más inmediata y así poder ayudar a quienes no conocieron justicia en su vida. Quizá estemos traumatizados y tantas mujeres, tantas violaciones, tanto llanto, tanto dolor, fue como una espada que nos dejó con una herida en la mente, en la memoria colectiva. Quizá, como sugiera Davis, necesitemos una especie de catarsis para que aquellas muertes no sigan sin esclarecer. Quizá necesitemos escuchar aquello que hemos ignorado por dolor todo este tiempo. Quizá ya sea hora de desenterrar a nuestras mujeres para escuchar aquello que tengan que decirnos antes de regresar al descanso de la muerte.  

Davis, en su artículo, dice sobre la pandemia de influenza en EU, que si ésta se fuese a recordar, sería en casos individuales y a través de historias personales e íntimas compartidas en familia. Agrega: la narrativa sirve como un medio de recuperación, permitiendo a los sobrevivientes recuperar su identidad y permitiendo a los oyentes experimentar el trauma con empatía. Pálido Caballo, Pálido Jinete comunica el trauma de la enfermedad al lector. En un trabajo literario, a diferencia de un libro de texto, el lector puede experimentar una parte de la experiencia traumática, con el fin de sanar. Quizá ése pueda ser un muy buen primer paso. ¿Un libro literario sobre las muertas de Juárez? No hay que ir más lejos. 2666 es una novela de Roberto Bolaño, publicada en 2004, que trata precisamente sobre las muertas de Juárez y, a la par, sobre el por qué de las muertas de Juárez. Una novela con consciencia social y humana que es, además, una obra maestra de la literatura norteamericana a pesar de su juventud. Una novela esencial.

Davis, David. “The Forgotten Apocalypse: Katherine Anne Porter's
            "Pale Horse, Pale Rider," Traumatic Memory,
             and the Influenza Pandemic of 1918.”
             Southern Literary Journal
             2.43 (2011): 55-74. Web. 15 enero del 2014.




domingo, 4 de agosto de 2013

Vairagya

Esta madrugada soñé que estaba en un motel en El Paso justo después del Puente Santa Fe. Realmente no hay un motel ahí pero en mi sueño ahí estaba él y ahí estaba yo, con mi familia, de paso. Nos cambiamos a un hotel en Juárez, yo me llevé todas mis maletas. En el hotel comprendí que no estaba la maleta donde tenía toda mi ropa: la había extraviado. Comencé a buscarla: no la encontré; solamente estaban las otras maletas mías, una de las cuales contenía mi pasaporte. Le pedí a mi mamá que fuera al motel para reclamarla, pero algo me dijo que ya no la iba a recuperar: justo después de irnos una mucama entró al cuarto que ocupábamos. Fui al motel y me remitieron a las oficinas de objetos perdidos, que estaba sino en otro lado, un edificio grande, como un hospital. Fui y pregunté por mi maleta. Una secretaria me devolvió algo que no esperaba: una computadora que en el sueño sabía que había extraviado y un montón de cuadernos y libros que también extravié – pero no me dio mi ropa. Le pregunté por ella: me dijo que no tenía ninguna ropa mía. Le di un papel que decía que la mucama encontró mi ropa y la remitió a las oficinas, pero la secretaria no me supo dar razón alguna. Salí de las oficinas, triste. La ropa que por años me había puesto estaba perdida. Caminé, y después desperté.


Investigué un poco sobre lo que significa perder u olvidar una maleta con ropa y encontré algunas interpretaciones interesantes. En primer lugar, una maleta, en el lenguaje de los sueños, significa karma – energía que se lleva consigo por algo del pasado. También encontré que deshacerse de una maleta u olvidarla es algo positivo, puesto que significa que me encuentro pasando por una fase en la cual me estoy deshaciendo de karma, energía que, sin saberlo, cargo desde quién sabe cuándo.