domingo, 7 de junio de 2015

Casa Campestre

El plan de entrar a explorar Casa Campestre surgió un sábado durante la prepa, en una fiesta en casa del Baquier, con varios amigos. Estábamos pisteando y comiendo pizza, pero el aburrimiento nos tumbaba duro, porque ya se barajeaban las posibilidades de ver una movie o de jugar a la botellita, ustedes saben, para que se diera todo eso de besos y parejas encerradas en el clóset y esas cosas. Pero luego vino Tere Castillo con su propuesta de No, chavos, mejor vamos a entrar a Casa Campestre, ándenles, no nos queda lejos, está aquí en corto, ¿qué dicen? ¿ahora sí? ¿Para qué quieres entrar a Casa Campestre?, le pregunté yo. Como para qué, Paty, respondió Tere Castillo con una sonrisa de oreja a oreja, ¿No sabes? No, respondí, ¿Qué hay en casa Campestre? ¡Como que qué!, exclamó ella, Pues el túnel, el túnel subterráneo que da a El Paso. ¿Y eso qué tiene?, pregunté. Todos se me quedaron viendo como si fuera la pendeja más grande del mundo.
Verán, yo nunca había escuchado hablar sobre Casa Campestre o el túnel, pero cuando comenzaron a explicarme me quedé en shock. En aquella casa había un túnel subterráneo por el cual se cruzaba droga hasta El Paso. Yo apenas lo podía creer. Verán, desde chica me ha intrigado escuchar hablar sobre el Negocio. Cada vez que había una noticia en el periódico relacionada al Negocio o la Mercancía, la leía. Salía en la tele un reportaje, lo veía. Alguien decía que fulanito o fulanito estaba metido en el Negocio, quería escuchar su historia. He sido una investigadora amateur del mundo del Negocio. Sinceramente, no sé por qué, quizá porque papá, que era policía, nunca hablaba sobre el tema, pero sí de otros como robos y asesinatos. Quizá porque el tema flota en el aire de la ciudad como el aire apestoso de las maquilas, pero al mismo tiempo nos elude y evita, como una sombra que se esconde entre la oscuridad. No sé, el punto es que el tema del Negocio era un tema que me intrigaba harto. Y ahora tenía la oportunidad de estar en contacto con algo del Negocio. Así que ¿qué decía? ¿Le entraba? Claro que sí, ¡arre!, exclamé en fuga, Vamos vamos, ¿qué esperan? ¡Arre!, pues, exclamé de inmediato. Fuga. Arre, dijeron todos al unísono, como si aquella propuesta fuera la inyección adecuada para rescatar el resto de la noche, y se levantaron en chinga. En un-dos-por-tres ya estábamos caminando rumbo a Casa Campestre. Según mis compas, el rumor no era nuevo, ya tenía rato flotando en el aire, pasándose de boca en boca. Esa época no era como la época de ahora, en la que historias relacionadas al Negocio no eran tan comunes, tan frecuentes (la guerra, sin que lo hubiéramos sabido, ya había empezado), pero ya despertaban cierta curiosidad, cierto morbo, como para atreverse a entrar a esa casa de noche. Yo ya había escuchado hablar sobre esa casa pero jamás había escuchado el rumor. De pronto recordé que, de vez en cuando, en bolita o así, alguien mencionaba Casa Campestre, y muchos se emocionaban y se apuntaban, decían que sí, que fuga, ahorita mismo, no, más tarde, de noche, todo es mejor de noche, incluidas las birrias y los fajes, pero neta, sí, que un día se arme, fuga, pero nunca supe de qué trataba, pensaba que era una casa donde hacían raves. Pero nunca se armaba nada, nadie nunca se atrevió. Muchos, según me contó Tere Castillo, han dicho que sí han entrado que hasta habían caminado un poco por el túnel, pero estos son los típicos mentirosos, hocicones, que decían cualquier cosa nomás para verse bien acá. Órale. Y ahora esa noche los batos se veían dispuestos, las morras estaban emocionadas y divertidas, y todos en general se sentían muy acá, muy bravers, con actitud de Simón, vamos a entrar, el mundo, la casa y el mentado túnel me la pelan, todos chinguen a su madre. Yo, por mi parte, no decía nada. Como siempre, estaba callada, pero esta vez yo no me dejaba arrastrar adonde quiera que me llevaran las sugerencias y propuestas locas de mis aún más locos amigos. Esta vez, yo sí le entraba al plan. Yo sí tenía ganas de entrar a Casa Campestre.
  En fin. Aquella noche de la prepa ya estábamos entrando a la privada de Casa Campestre. De pronto escuchamos que, a lo lejos, llantas endiabladas corriendo a madre, acercándose cada vez más hacia donde estábamos. Luego, escuchamos que entraban a la privada y como gatos saltamos a escondernos detrás de unos arbustos tupidos que a su vez estaban detrás de un carro. Silencio. Un par de camionetotas se estacionaron justo enfrente de la casa. Dos tipos elegantes y armados bajaron de la camioneta y se plantaron como estatuas colosales frente a ella. Custodiaban. Parecían aguardar a alguien. Esperamos, pacientemente, en silencio. Minutos más tarde, un hombre salía de la oscuridad. Llevaba sombrero y jeans y botas picudas. Se fajaba la camisa, se acomodaba el pantalón, parecía recién vestido. Dio la orden y al instante un hombre le abrió la puerta trasera de una de esas camionetotas. Enseguida, quemando llanta, arrancaron a toda velocidad y salieron de la privada y entraron a la avenida; el sonido de las llantas quemándose vibrando en el aire como un rugido de cañón. Por fin casa sola. Casi despegando mis pies del suelo, comencé a caminar paso a paso hasta la entrada. Volteé hacia atrás. Todos mis amigos, pálidos entre las sombras. No necesitaron decirme más; estaban bien culeados. ¿No van a entrar?, pregunté sólo para confirmar. Después de lo que vimos, dijo Leo, Claro que no, mejor ya vámonos. Todos comenzaron a caminar. Yo no. ¿Paty?, preguntó Mariana Galeano, ¿Qué onda? Yo entro, dije, decidida. Todos se sacaron de onda. ¡Cómo que te quedas!, dijo Tere Castillo, ¿De qué hablas? Luego, comenzaron todos a decirme que estaba, que no podía entrar, que mejor nos fuéramos a ver una movie. Inútil discutir con ellos, inútil tratar de hacerles entender que era ahora o nunca y que si ellos no querían entrar, entonces que me esperaran allá afuera. Sin escuchar más razones, entré a la oscuridad.
            A unos pasos más adelante, encontré la sala de la casa, grande, espaciosa. A su lado, un agujero, donde debía ir un ventanal, por donde entraba la luz de la luna. Las paredes del interior estaban sin pintar, color de concreto. La casa estaba limpia, no vi ni un pequeño papel tirado en el suelo. Me quedé quieta, escuché el silencio. El silencio parecía ahogado, como si en cualquier momento algo fuera a sonar, el viento, crujidos, pero nada sonaba. Por un momento creí escuchar ruidos y voces lejanas, como ecos, pero no sabía si era mi imaginación. Saqué mi celular y con su luz me dibujé un camino por el resto de la casa. Había muchísimos cuartos, vacíos, huecos, todos con entradas arqueadas. Todo un laberinto. Las paredes del interior de la casa parecían viejas, como si fueran de piedra, más que de concreto. Luego, encontré unas escaleras. En la pared a un lado de las escaleras, un interruptor de luz. Intenté prender un interruptor enseguida de las escaleras. No prendió. Con mi celular aún en mano, bajé las escaleras. 
            Las escaleras eran circulares y larguísimas o por lo menos así me parecieron. Bajaba pero no parecía llegar al final. Supe que ya había llegado al fondo cuando pude ver una luz blanquecina, seguramente la de la luna, que iluminaba el pasillo que a medida que bajaba se iba haciendo más claro. Pero justo al bajar por completo, voces. Voces de hombres. Bajaban había donde estaba yo.
            ¡A esconderse! ¡Rápido!. A la izquierda del comienzo del pasillo, pilas de cajas. Mercancía, supuse. Me escondí tras ellas. Las voces de hombres, cada vez más fuertes, más nítidas, hasta que casi las pude tocar enseguida de mí. A través de un resquicio que formaban unas cajas frente a mí, pude verlos. Eran parecidos a los hombres que había visto hacía apenas unos minutos. Uno de ellos, en friega, volteó hacia donde estaba yo y se acercó.
Ya me vio, pensé, Ya valí.
El hombre se paró frente a las cajas. Oye, le dijo este hombre al otro, Ven a ver esto.
Me quedé sin respirar. Me vio. Ya valí madre, pensé.¿Qué?, preguntó el otro hombre. La luna, contestó el primero, Está llenaNo seas mamón, dijo el segundo hombre, Vente, que ya vamos tarde.
Los hombres llegaron al otro final de pasillo, donde había una puerta de madera, enseguida de un ropero grande y viejo. Hablaban sobre su jefe, sobre mercancía y sobre cuerpos decapitados y cabezas dejadas en hieleras frente a casas y dientes arrancados con pinzas, entre risas y demás bromas obscenas. Luego, así de la nada, comenzaron a quitarse la ropa. Una por una. Por un momento pensé que iban a coger o algo por el estilo.
Pero no fue así.
Una vez desnudos, aquellos hombres guardaron su ropa en el guardarropa para luego quitarse la piel, hasta quedar por completo desnudos de piel. En eso, una nube oscura tapó el rayo de luz. Todo oscuro. No pude ver nada. Pero pude escuchar. Aquellos hombres, o lo que fueran, hablaban sobre lo mucho que odiaban tener que regresar (regresar ¿adónde?) y hacer fila y esperar turno de nuevo, pero así son las cosas por aquí, mano, qué se le hará, no podemos entrar todos de un jalón. El rayo blanco de la luna de nuevo regresó y cayó sobre aquellas dos figuras.
Eran todo, menos humanos, con sus rostros y cuerpos desfigurados y salpullidos por todo el cuerpo.
En ese momento, abrieron la puerta enseguida del ropero hasta que quedó descubierto por completo. Alcancé a ver un pasillo, del cual venía música, cuyo rumor me llegó arriba, en el primer piso. Aquellos dos entraron al  túnel, sin cerrar la puerta. Al cabo de un tiempo, salí de mi escondite y los seguí. Aquel pasillo parecía el interior de una caverna. En el fondo, una sombra de fuego. Bajé. A medida que bajaba, la música se hacía cada vez más fuerte. En un momento, el pasillo se ensanchaba y bajaba a un tipo de explanada. Enseguida, me escondí detrás de unas estalagmitas. Más abajo, se llevaba a cabo una fiesta. Todos los de la fiesta eran parecidos a los que había visto apenas hace unos momentos, comían y bebían harteramente, sin mesura, vomitaban para luego volver a comer y a beber y vomitar. En el fondo de aquel abismo, un grupo llovía con patadas y golpes y escupitajos y hasta cuchilladas a otro que en suelo gemía y lloraba como mujer, mientras que otros bailaban a su alrededor como poseídos, sin ritmo alguno, con la mano agitando sus sexos. Había varias tercias cogiendo, entre golpes y cintarazos y aullidos agudos de lobo. Otros se masturbaban a sí mismos o a dúo, hasta hacerse brotar líquidos de varios colores, todos fosforescentes, vociferando en varias lenguas, incluidas el inglés y el español, groserías y obscenidades con furia desatada. Había otros que arrancaban a la mitad a monstruos más pequeños, para lanzar al aire sus entrañas aún ensangrentadas.
Luego, del fondo de la tierra, en medio de un terrible temblor, surgió otro de ellos, enorme, cuatro o cinco veces más grande que los que estaban frente a mí, y enseguida comenzó a devorar y a pisar y a escupir a los otros, más pequeños, riendo y aullando como lobo, entre la risa de los demás y el llanto de los devorados y pisados y escupidos. Los agarraba con ambas manos y enseguida se frotaba el sexo de arriba hacia abajo con aquellas manos y aullaba, luego tomaba a otros y se frotaba y aullaba más y cuando pensé que ya no cabían más en sus manos, tomó otro puñado, ahora se frotaba más rápido que nunca, entre aullidos que harían que se derrumbara el techo sobre nosotros. Su eyaculación fue una lluvia ácida que quemaba a todos a su alrededor pero que reaccionaban entre gritos y risas, como si a pesar del dolor estuvieran festejando al otro. Luego, tiró al suelo todos los otros de sus manos y los tiró al suelo y, después de escupirles una última vez, los arrojó al suelo, los pisoteó y comenzó a bailar sobre ellos. Los sobrevivientes de las pisoteadas, al ponerse de pie, emulaban el trato recibido con otros de tamaño más pequeño que el suyo. En cuanto todos vieron a los dos bajar a los dos primeros, se abalanzaron sobre la única entrada que había, dejándose venir en tropel, entre maldiciones y rugidos, pero un par de guardias, más grandes y mamados, los empujaron hacia atrás. Apenas y podían sostenerlos. En español, los guardias pidieron a los dos que abrieron la puerta que entraran rápido, Apúrense, pendejos, qué no ven que estos güeyes nos van a ganar. Los primeros hicieron caso y llegaron en friega, no sin antes darles a un cadenero un par de papelitos cortos, que parecían boletas. Luego, los guardias hicieron espacio para que dos nuevos entraran, después de haber recibido ellos las boletas. Estaban eufóricos y ansiosos. Parecían perros encadenados que ahora se sabían libres de ataduras. En ese momento, el otro dio un pisotazo al suelo, con voz gutural pidió a todos que se tranquilizaran a la chingada y dijo que ya llegaría el día en que todos pudieran caminar libremente por la ciudad, pero que todavía no era el momento, la guerra apenas comenzaba. Todos los demás, al escuchar esto, comenzaron a aplaudir y a chiflar, repitiendo la exclamación ¡Bahol, Bahol! Enseguida, los dos con boletas subieron el camino y yo rápidamente regresé hacia la casa y me escondí de nuevo detrás de las cajas. Los nuevos llegaron, abrieron el ropero y tomaron las pieles humanas que colgaban de unos ganchos y acá atropelladamente se las pusieron en fa, entre risas y brincos y más obscenidades, todas en español. Mentaban mucho la palabra romper, hablaban sobre construcciones para luego romperlas. Subieron las escaleras y, segundos más tarde, el chillido que hacen los carros al arrancar rápido y quemar llanta. A lo lejos, sonidos de disparos. No supe qué más pasó; sólo recuerdo que, cuando salí, no había nadie a mi alrededor. Mis amigos ya se habían ido, seguramente a casa de Baquier.

            La siguiente vez que volví a ver a mis amigos, fue en la escuela, el lunes. En cuanto me abordaron lo primero que hicieron fue bombardearme con preguntas, qué había visto, te hemos estado marque y marque todos estos días, Paty, dinos, qué pasó. Yo no supe qué decirles, la verdad no sentía ganas. No por el hecho de que me hayan dejado sola, ni al principio ni al final, sino por otra cosa. Es que cómo explicarles, cómo comenzar a explicarles lo visto, lo escuchado, lo que implicaba, cuando la guerra ya había comenzado, llevaba mucho tiempo comenzada, sólo era cuestión de tiempo para que explotara, sin que nosotros supiéramos cómo pasó todo o de dónde vino todo el fuego que haría arder la ciudad.